La independencia, aquel maravilloso proceso al que debemos el «inestimable bien de llamarnos ciudadanos de una nación y no colonos»1, como diría un escritor venezolano de los más cultos, que comenzó con una conjura entre los criollos de la mano con nuestro primer ensayo constitucional y que terminó luego de las más sangrientas batallas con las glorias más puras y grandes de la patria, es un periodo histórico que debe ser estudiado desde múltiples enfoques. Uno de esos enfoques es la independencia vista por sus protagonistas; y qué mejor que la Independencia vista por el hombre que la encarnó: el padre de la Patria, Simón Bolívar.
Bolívar, como bien se sabe, era habilidoso para entender las circunstancias de su medio con el fin de adaptarse a ellas, aunado a esta capacidad innata de observación, estaba aquel otro aspecto característico del libertador: su amplio verbo y fina pluma. En más de una ocasión el libertador escribió para diarios, gacetas y periódicos, constituyendo así una faceta olvidada e ignorada de su vida, la de periodista. A pesar de solo contarse seis artículos de periódicos escritos a puño y letra de Bolívar, en ellos se ve impregnados ese amor por la causa, el sufrimiento por América y las grandes cuestiones que él adelantó para los grandes destinos a los que su patria estaba —y está— llamada.
Me he propuesto publicar aquí en mi modesto Substack los artículos de Bolívar con un comentario y notas para ilustrar mejor su argumento, entendiendo la coyuntura del momento y buscando fuentes para probar o desmentir lo que el Libertador escribió.
El día de hoy comenzaremos con uno titulado Sobre la política de Inglaterra, publicado el lunes 7 de febrero de 1814 en la Gaceta de Caracas. En este artículo Bolívar comenta los últimos sucesos que tomaron lugar con relación a las guerras napoleónicas y cómo esto iba a repercutir en el cambio de la política exterior de Inglaterra y España para con América bajo el enfoque del comercio. Es un artículo interesante dado que Bolívar nos enseña su percepción de cómo debía de organizarse las relaciones con la Gran Bretaña y su reciente apoyo a la independencia, aún advirtiendo las perversas intenciones de ésta sobre la república; y además no vacila en congratular a los heroicos combatientes europeos que le hacían frente a Napoleón y su gran imperio.
Presentaremos el artículo para su lectura y notas al pie de página para darle validez a las afirmaciones de Bolívar. Luego explicaremos el argumento de Bolívar y su relación con la posteridad; sin nada más que aclarar, comencemos.
Sobre la política de Inglaterra
N° 39 de la Gaceta de Caracas, lunes 7 de febrero 1814.
Por fin Leypsic ha visto decidir una larga contienda en que los grandes intereses del Continente de la Europa, y la causa de la Independencia de las Naciones ha triunfado de la ambición de Bonaparte, y ha derribado ese inmenso coloso de poder de la Francia. Medio millón de hombres había salido a disipar la coalición de las potencias; y solo cincuenta mil han logrado salvarse. El grande ejército, las invencibles águilas, los grandes Mariscales, casi todo ha desaparecido. Los días 17, 18, 19, 20 de octubre del año de 1813, serán los más memorables entre todas las épocas de la Europa por haberse conseguido en ellos la libertad del Mundo, que iba a ser invadido por el común opresor.
La América debe regocijarse por el triunfo de las armas aliadas, que han defendido tan gloriosamente la causa de la Independencia. No debe temer tentativas que la España no está en estado de realizar. La Guerra ha agotado su Erario y las ventajas obtenidas contra los franceses, aun cuando aumentaran sus posesiones de tierra no por esto le darían la marina, de que carece, y sin la cual debe despreciarse sus amenazas contra nosotros2. Por otra parte, la preponderancia que los grandes sucesos de los aliados y Lord Wellington dan a la Gran Bretaña sobre los negocios de España, destruirán hasta su sistema contra la Independencia del Nuevo Mundo3. Nadie dude que la Nación poderosa que ha defendido constantemente en despecho de la fortuna, la Independencia de la Europa, no defendería igualmente la de América, si se viese atacada4. Alegrémonos al contrario por el irresistible ascendiente que ella va a tomar sobre ambos Hemisferios para afianzar la libertad del Universo.
Nuestras producciones hasta ahora sin valor, nuestra agricultura desanimada5, van a salir de su nulidad por las recompensas que ofrece al labrador la subida del precio de los frutos que cultiva, abiertos los puertos del Continente de Europa a las embarcaciones británicas, exportarán nuestro café, cacao, añil, algodón, etc., etc., que tiene en ella gran consumo. Anonadado tanto tiempo ha el comercio marítimo, donde quiera que alcanzaba el influjo napoleónico, carecía la Europa de unas materias que se han hecho de primera necesidad; y nosotros de su salida, que es lo que hace nuestro comercio y las ventajas de nuestra agricultura.
La política y el interés mercantil de la Inglaterra y España, se oponen diametralmente con respecto a la América. La España ya que no le es posible esclavizarnos tranquilamente, ostinada en nuestro exterminio, La Inglaterra adicta a nuestra Independencia, e interesada en nuestra prosperidad6. Decidido el Norte y Mediodía del Nuevo Mundo a sostener a todo trance su libertad, aunque la España enviara los ejércitos más numerosos, vendrían solo a destruirse mutuamente con nosotros, sin poder subyugarnos. La Inglaterra no sufriría una guerra odiosa, a lo más inútil; que sin ofrecer esperanzas a la España, solo arruinaría esta bella mitad de la tierra.
¿Dónde están entre tanto esos ejércitos? ¿Es acaso la España algo más que un simulacro de nación? ¿Cuáles son los recursos para levantarlos, para hacerlos venir hasta dos mil leguas de distancia, para sostener después una guerra tan larga como desesperada? La España se halla más impotente después de repelidos los franceses: han sido los esfuerzos que hace el moribundo para recaer más débil o incapaz.
La Inglaterra es propiamente hoy la que sostiene la España7. A su sombra la América podrá afirmar su libertad. Ella destruye a un tiempo por su influjo, sobre la una los proyectos de venganza y exterminio que la animan, y por su victoria sobre la Francia frustra las ulteriores empresas de Napoleón contra nosotros. Avasallada la España, el Emperador de los franceses no renunciaría a los derechos que ha reclamado sobre la América como dependiente de la España. Al contrario, su ilimitada ambición hubiera hallado en la integridad de la Monarquía española en España y América, un pretexto para pretender dominar a las dos8.
No pudiendo prescindir la España de hacer exclusivamente el comercio con la América, choca en ésta parte con el gran interés de la Gran Bretaña, y este punto de discordia es esencialmente aquel, en que ni una ni otra quiere ceder. En medio de la íntima alianza con la Inglaterra, el Gobierno Español se ha rehusado constantemente a concederle el comercio con la América, y está penetrada de que no logrará con esta su comercio, en tanto que dependa de la España. Interesándole, pues, más que todo el comercio libre en nuestros puertos, como la base de su poder nacional debe eficazmente oponerse a la dominación española, que combate directamente aquel interés9.
Así, mientras que en Donnewitz y en Leypsic, la Rusia, el Austria, la Prusia, la Suecia peleaban con entusiasmo heroico por su propia Independencia, por romper el degradante yugo puesto a la Europa, defendían también los derechos sagrados del Nuevo Continente, y derramaban generosamente su sangre por la causa general del Mundo.
—Simón Bolívar.
Argumento del Artículo
Leído el artículo y revisadas las notas al pie de página, procedamos al análisis e interpretación del texto. Bolívar nos pinta el siguiente escenario: la batalla de Leipizig (16-19 de octubre de 1813), que había sido fundamental para la retirada francesa hacia el Rin, daba una estocada importante a Napoleón y una victoria significativa a la Coalición de naciones que defendían la «Independencia» de Europa.
De una vez Bolívar introduce la cuestión americana y sobre esto menciona que la guerra había dejado a España en un estado deplorable y que por eso mismo debía de «despreciarse sus amenazas contra nosotros». Aquí urge aclarar algo: se sabe que el número de tropas que llegaron a Venezuela entre 1811 y 1815 fueron solo 1.800 hombres y luego los 10.000 de la expedición de Morillo, de los cuales 1.700 fueron al Perú y 600 a Puerto Rico10. De esto deducimos que la destrucción de Venezuela y la orgía de sangre de los 3 años anteriores —recordemos que Bolívar escribió el artículo en febrero de 1814— había sido producto no de soldados españoles como tal, sino hordas de venezolanos capitaneados por Boves, Yañez, Calzada, Rosete y otros más. Bolívar, siendo consciente de esto, afirma que había que desestimarse toda amenaza de parte de los españoles. A pesar de que no contaba que 1 año y 1 semana después de la publicación de su artículo Bolívar y sus aliados tendrían que enfrentarse a los casi 8.000 soldados de Morillo. Aunque de nada servirían ya que para febrero de 1818 Morillo estaba encerrado en Calabozo y Bolívar le ofrecía rendirse luego de que Fernando VII lo dejara a su suerte en los llanos de Venezuela; tan inhóspitos y diferentes a los entornos europeos a los que los soldados de Morillo estaban acostumbrados.
En dado caso, Bolívar afirma con total propiedad en el momento que luego de las guerras napoleónicas habría de despreciarse todas las tentativas de España por el estado en que había quedado —véase la nota 1—. Y hablando de España aclara que la influencia de Inglaterra sobre ella —por las tropas y ayudas de ésta nación— había alcanzado un punto nunca antes visto, parecía que el titán inglés o la «nación poderosa» elevaba su cabeza sobre Europa de forma sorprendente. Seguidamente, Bolívar afirma que si Gran Bretaña había defendido la libertad de Europa «en despecho a la fortuna», ésta defendería igualmente la de América. ¿Por qué?
Sabemos que la base del poderío inglés fue su marina y el comercio; ésta noción surgió como una lección que los ingleses aprendieron luego de las sucesivas guerras con Francia. La estrategia era «cortar los recursos comerciales de nuestros enemigos» y haciéndolo podrían «infaliblemente debilitar y destruir sus recursos navales»11; como lo decía en 1801 Henry Dundas, el entonces secretario de Guerra inglés. Ésta estrategia le había servido a los ingleses años atrás en 1793 para mermar las naves y comercios franceses, primero procedieron atacando a la Francia continental directamente, bloqueando sus salidas al Mediterráneo y al Atlántico además de hundir sus naves, y luego de esto siguieron con las colonias francesas en las Indias Occidentales12.
Con España vendría a hacer algo similar aunque muy diferente en cuanto a maneras de hacerlo. Puesto que España había firmado con Inglaterra en 1809 el tratado de Paz, Amistad y Alianza, los ingleses no podían invadir España de la nada, no obstante, tampoco necesitaban hacerlo; los estragos de la guerra afectaron a España hasta lo más profundo del ámbito nacional. Desarmada y sin marina, la España continental no era una amenaza, estaba neutralizada. Sin embargo tampoco haría falta alborotar o invadir las colonias españolas, porque éstas ya estaban lo suficientemente agitadas; por lo que la única forma de darle la estocada final al poderío español en América y poder asentar su influencia comercial global, Inglaterra tendría que hacer una sola cosa: apoyar las independencias americanas.
Por esto mismo, como lo expusimos en la nota 3, Bolívar dijo que Gran Bretaña defendería la libertad de América, por «despecho a la fortuna» o en otros términos, que Inglaterra se uniría a la causa independentista por ansias de expandir su comercio. Y Bolívar siempre entendió ésta realidad a la perfección. Ejemplos de ello son los siguiente: en una carta a Camilo Torres, fechada a 2 febrero de 1814, afirmó que había «una medida que urge adoptar en el instante, y es poner a la Inglaterra en nuestros intereses» por eso le plantea al mismo Camilo Torres la importancia de mandar un misión diplomática para asegurar el apoyo inglés; y luego en esa misma carta se referirá a ella Inglaterra como «Señora de los Mares»13. E igualmente, en la proclama del 6 de mayo del mismo año 14 donde se le encomendó a Lino Clemente y Juan Robertson la misión diplomática a Inglaterra que le planteaba a Camilo Torres, afirmó que era el «interés de la Nación Británica, por su comercio, reconocer nuestra Independencia»14. E incluso en el mismo artículo que estamos tratando dice que el comercio era para Inglaterra «la base de su poder nacional».
Aunado a esta cuestión del comercio, Bolívar supo desde un principio que no todo era color de rosas con las potencias europeas y menos con la Inglaterra; más allá de la lisonja a Su Majestad Británica, el halago a las cortes británicas, a la nación poderosa, estaba una verdad inobjetable: Inglaterra solo quería expandir su comercio y el apoyo a la independencia no venía en aras de ayudar a un pueblo desfavorecido por la coyuntura del momento. Por eso lanzó aquella afirmación que dice: «La política y el interés mercantil de la Inglaterra y España, se oponen diametralmente con respecto a la América» y hacía hincapié en que «La Inglaterra [estaba] adicta a nuestra Independencia, e interesada en nuestra prosperidad», no un interés en sano por nuestro éxito como nación sino la prosperidad de nuestros suelos.
El interés de Inglaterra sobre nuestro suelos venía por dos razones: la primera, el hambre insaciable de los ingleses por expandirse; y segundo, la necesidad de exportar materias primas a la Europa devastada por la Guerra. Y verían los comerciantes ingleses una buena oportunidad en Venezuela, un suelo fértil y campesinos acostumbrados al trabajo duro en las plantaciones. Sin embargo, a nuestra nación también le convenía una alianza comercial con Inglaterra, ya que como se expuso en la nota 4, nula la producción y asoladas las haciendas, era propicio una alianza para impulsar nuestra agricultura.
Sumado al beneficio comercial, una alianza con Inglaterra nos hubiese garantizado una cosa igualmente necesaria: una protección inglesa ante cualquier intento de reconquista española y a su vez anularía cualquier pretensión de la misma Inglaterra de querer reintegrarnos al imperio español, puesto que primero sería una guerra infructuosa que «arruinaría esta bella mitad de la tierra» y segundo dañaría las inversiones y naves británicas que al cabo de un corto tiempo se asentarían.
Todos estos factores producían la siguiente situación: España, si bien no pudiendo y no queriendo dejarle el comercio de América a Inglaterra, estaba convencida de que ésta no lograría su objetivo en la medida de que se siga proclamando el nombre de Rey de España en estas tierra, e Inglaterra, interesándole el comercio y la expansión de su poderío, se decide por oponerse a la dominación española. En medio de tan álgidas circunstancias, el interés de la Gran Bretaña era el más próximo al de Venezuela, un comercio, una protección, una alianza con la nación poderosa habría de levantar a Venezuela de la miseria en que había caído.
Todo esto fue lo que Bolívar inteligentemente previó y por estas razones es que decimos sí que era el interés del Libertador el comercio y amistad con la Gran Bretaña para ir mejorando la deplorable situación en la que estaba Venezuela.
En relación a la posteridad
A pesar de tan bien fundadas afirmaciones, es justo decir que hay una cosa en la que falla el Libertador y es que ciertamente, a la larga, se equivocaría cuando dijo que Inglaterra defendería igualmente la libertad de América. Es cierto que era el interés de la Gran Bretaña establecer un comercio y amistad con Venezuela, no había nada que la nación poderosa pudiera perder al acercarse a nuestro país15; pero aún así antes y después de la publicación de éste artículo, Inglaterra se había interesado casi en nada a lo relativo a nuestra emancipación.
Como vimos, Bolívar no hizo ninguna afirmación que estuviera fundada en informaciones falsas o inverosimilitudes; revisamos minuciosamente las letras de Bolívar en el artículo y verificamos que todas las críticas, aseveraciones o negaciones estaban basadas en la verdad histórica. Sin embargo, es menester decir que, a diferencia de como Bolívar afirma que pasaría, a Inglaterra le habría de interesar poco el desenvolvimiento de Venezuela en los primeros años de la Independencia. Hagamos un pequeño repaso de las relaciones entre Inglaterra y Venezuela hasta la publicación del artículo.
En 1810, los criollos habían mirado a Inglaterra como la única potencia a la que querían acercarse para el éxito de su conjura; por cuanto el interés de ésta era solo el comercio y porque el argumento en sí de la Junta Conservadora de los Derechos de Fernando VII les impedía la sola posibilidad de acercarse a Francia16. Y si bien, muchas de las colonias inglesas en las Antillas apoyaron a la Junta de Caracas y Cumaná con algunas armas y corbetas, las diferentes comunicaciones de los gobernadores de dichas colonias inglesas sobre los movimientos de la Junta de Caracas llegaron a Lord Liverpool, primer Ministro del Reino Unido, y éste dio instrucciones de no secundar movimientos separatistas en la América no obstante de que España cayera totalmente en el dominio francés y la única opción viable para preservar la monarquía española fuese apoyar dichos movimientos en estos sitios.
Liverpool le decía en una correspondencia al Gobernador de Curazao que si bien «deseaba se frustrasen los planes de Caracas», «estaba muy lejos de querer abrir hostilidades contra ésta. Debía evitarse el reconocimiento formal del nuevo gobierno, sin desalentar el comercio. Lo importante era vigilar a los franceses y guardarse de ellos», como lo indica Parra-Pérez17.
Vemos que, indiferentemente de criollos o españoles gobernando, sí venía gestándose, como lo dice Bolívar, el interés de Inglaterra en el comercio con Venezuela. Pero éste estaría muy lejano a darse todavía.
Como sea, en este primer encuentro, si bien Inglaterra ya tenía la idea de un comercio con Venezuela y su Junta —que planeaba arreglar muchos de los errores cometidos por la administración colonial y la Regencia— a Su Majestad Británica no le parecía muy favorable la actitud de Caracas. Posteriormente en la reunión de Bolívar y López Méndez como enviados de la Junta, con el marqués de Wellesey, Inglaterra no cambió de parecer. Al Marqués de Wellesey no le parecieron para nada correctos los alegatos de los agentes de la Junta y vio en ellos el deseo de independizarse desde el inicio; y como Inglaterra había firmado el año anterior el tratado de amistad con España del que ya hemos hablado, les era inadmisible secundar una Junta que a la larga podía desembocar en un congreso para declarar la Independencia.
Por ende, y ante la negativa de los caraqueños de reconocer a la Regencia, llegaron a la resolución siguiente: no reconocer a la Junta de Caracas, no fomentar las discordias entre los españoles de ambos mundo y, en caso de presentarse algún malentendido entre la Regencia —que se mantenía recia en su decisión de sumisión absoluta de todas las provincias— y la Junta —que se negaba por todas las vías a reconocer a la Regencia— fungiría Inglaterra como mediadora. En resumen, el gobierno británico no reconoció a la Junta18.
Luego en 1811, ya habiéndose consumado la Independencia y habiendo Inglaterra intervenido en una discordia entre España y Venezuela en enero por un bloqueo ordenado desde Puerto Rico, la postura de Inglaterra seguía igual: una postura mediadora. Pero lo peor todavía estaba por suceder. Luego del fatídico terremoto del año 12 y la victoria de Monteverde, el interés en Washington y en Londres por la Independencia disminuyó drásticamente. Tanto es así que el comisionado especial para las provisiones y ayudas estadounidenses enviadas a Caracas por motivo del terremoto, Alejandro Scott, pintaba el panorama de la siguiente manera:
«El terremoto y sus fatales consecuencias, la guerra civil y su desgraciado desenlace, el implacable rigor de los conquistadores, la destrucción de propiedades y miserias de los habitantes, han reducido este país a una condición de la que no resurgirá por muchos años»19.
El resultado de estas noticias que fueron llevadas por Scott a Washington y consecuentemente a Londres fue el desinterés y desentendimiento de las potencias angloparlantes por la Independencia. Cuando el patricio caraqueño Manuel Palacio Fajardo logró pasar de Barinas a Bogotá para explicarles a los neogranadinos la importancia de insistir en el apoyo de Estados Unidos y consiguió credenciales diplomáticas en diciembre de 1812, a su llegada a Baltimore, luego de un viaje en el que casi naufragia en dos ocasiones, se encontró con un panorama desalentador por parte de las autoridades estadounidenses. Él mismo narra lo desesperanzados que se mostraban:
El Ministro de Relaciones Exteriores del Gabinete de Washington, el primer oficial de la Secretaría, Mr. Graham, y el mismo Presidente Mr. Madison, oyeron de mis labios los males de que estaba amenazada la Nueva Granada, en consecuencia de la ocupación de Venezuela, la resolución de sus habitantes de defender la independencia á toda costa, los artículos de que carecían para tan justo fin, y las ventajas que ella proporcionaría á aquellos Estados; pero era tan fuerte la impresión que las victorias del General Monteverde habían hecho en Washington, y tan creída la reesclavizacion de toda la Tierra Firme, que el Ministro Mr. Monroe se sorprendía sensiblemente al oír hablar de la población y la riqueza de la Nueva Granada, de la formación de un Congreso ó ilustración de los granadinos; y sea que desesperase de nuestra situación, ó que pudiesen contribuir mucho los informes de tres pasajeros franceses que salieron de Cartagena en el tiempo más angustiado de su guerra con los sumarios, ó que temiese efectivamente comprometerse con la España, reducida entonces á Cádiz y á la Isla de León, se denegó á mis proposiciones bajo el pretexto de estar en paz con esta Nación; respuesta glacial que algún día podrá servir de regla para nuestras relaciones con aquella Potencia.20
El abandono de la causa independentista por parte de Inglaterra y Estados Unidos no era una sorpresa para nadie. Bello le escribía a Roscio en septiembre de 1812 que «no obstante las eficaces diligencias practicadas por mí, no ha sido posible obtener de parte del Gobierno de S. M. Británica el reconocimiento de la Independencia de Venezuela, ni sanción alguna oficial de las relaciones que han deseado establecer esos Estados con la nación Inglesa»21.
Y si lo veían sus coterráneos, Bolívar no lo iba a pasar por alto. Durante su exilio en Jamaica decía sobre Inglaterra: «Todos los recursos militares y políticos que nos han negado a nosotros se han dado con profusión a nuestros enemigos y sin citar otros ejemplos “The Courant” de Jamaica y “la Gaceta” de Santiago de la Vega, copiando de aquel, publican la lista de las armas, municiones y vestuarios que han recibido»22. Y sobre Estados Unidos decía en la grandiosa carta de Jamaica que: «No sólo los europeos, pero hasta nuestros hermanos del Norte se han mantenido inmóviles espectadores de esta contienda, que por su esencia es la más justa, y por sus resultados la más bella e importante de cuantas se han suscitado en los siglos antiguos y modernos, ¿Por qué hasta dónde se puede calcular la trascendencia de la libertad en el hemisferio de Colón?»23.
Y para rematar, en una carta sin día especificado del mes de septiembre de 1815, clamaba: «Lo que es, en mi opinión, realmente temible es la indiferencia con que la Europa ha mirado hasta hoy la lucha de la justicia contra la opresión, por temor de aumentar la anarquía; ésta es una instigación contra el orden, la prosperidad y los brillantes destinos que esperan a la América»24.
Por lo que podemos afirmar que sí, evidentemente, Bolívar erró al pensar que Inglaterra fijaría su mirada en Venezuela y su proceso de Independencia. Hacemos hincapié en éste «error» no por pedantería, sino porque así logramos entender el rasgo fundamental de Bolívar: su capacidad humana de errar y corregir.
Y ya para cerrar, cabe acotar un dato histórico de suma importancia. Por muy justos, santos y necesarios que pudieran ser los motivos de nuestra independencia, Inglaterra no iba a apoyar a Venezuela ni a ningún país de América por el simple hecho de que, en el tratado de Paz, Alianza y Amistad firmado en 1809 entre Gran Bretaña y España, Su Majestad Británica se había comprometido en reconocer a Fernando VII como único y verdadero Rey de España y de las Indias. Más tarde, en 1814, se firmó el otro tratado que mencionamos en la nota 6, mismo que tenía un artículo adicional que mencionaba lo siguiente:
Deseoso como lo está su Majestad británica de que cesen de todo punto los males y discordias que desgraciadamente reinan en los dominios de su Majestad católica en América , y de que los vasallos de aquellas provincias entren en la obediencia de su legítimo soberano, se obliga su Majestad británica á tomar las providencias más eficaces para que sus súbditos no proporcionen armas, municiones ni otro artículo ninguno de guerra a los disidentes de América.25
Por lo que, por donde se le quiera ver, Inglaterra estaba comprometida a no secundar la Independencia por tratados firmados entre los monarcas; esto explica, quizá, su indiferencia, vacilación e inconsistencia en las declaraciones a la larga lista de enviados diplomáticos de Venezuela. Y quién sabe qué tan extraño le habría parecido a la prepotente Inglaterra que en un lugar tan sombrío y remoto como Venezuela apareciera una élite tan culta y diestra en lo que respecta a diplomacia, leyes, humanidades y etcétera; y quién sabe qué recuerdos de malas experiencias, vivencias del pasado, viejos remordimientos resurgieron cuando los británicos escucharon de la boca de Bello y Roscio la palabra «Independencia».
Conclusión
Estas consideraciones sobre la política exterior de Inglaterra con Venezuela en los primeros años de nuestra vida nacional podrán servir a los historiadores, antiguos y actuales, que claman aquella falsedad histórica que dice que los países americanos alcanzaron su independencia gracias a la mediación inglesa y estadounidense o retahílas por el estilo. Bolívar, el hombre de las dificultades, sí, evidentemente recurrió a Inglaterra en el desespero y calor de la guerra ¿Pero acaso los ingleses les dieron algo? ¿No fue el Congreso de Nueva Granada que le dio soldados para la campaña admirable? ¿No es bien sabido que Bolívar inició la expedición de los cayos al desistir de su intención de ir de Jamaica a Londres para explicar los sucesos? Hasta antes de la legión británica que llegó en 1817 ¿Qué aportó Inglaterra?
Sí, nadie niega que de Caracas en 1810 salieron los primeros comisionados hacia Londres y Washington; de Caracas salieron otros enviados en 1811 para el reconocimiento de la nueva república; de Caracas salieron en el desastre de 1812 agentes para el mismo fin y en el calor de la guerra de los año 13 y 14, Bello, Roscio y varios más siguieron buscando ayuda de Londres y Washington. Como nadie niega estos sucesos, no hay quien no reconozca que nuestra patria estuvo sola en sus primeros y más cruciales años; solos estuvieron los legisladores del año 10 y 11; solos resistieron nuestros próceres las calamidades de 1812; solos quedaron los venezolanos cuando Monteverde tomó Caracas y le permitió a su partida de delincuentes llevar a la población al pillaje, al hurto y al asesinato; Bolívar solo llevó un grupúsculo de soldados mal armados desde el Magdalena hasta Caracas y solo Bolívar libertó la Costa-Firme en 1816.
Tal y como lo dice Mijares, abandonado Bolívar en este punto de su vida, entendió que su patria americana estaba sola y que debía alcanzar la independencia por la vía desesperada, «a lo criollo»26. Y esto, lejos de molestarnos hoy, nos reafirma el carácter indomable y el espíritu guerrero y enérgico que poseía nuestro Libertador.
Laureano Vallenilla Lanz, Cesarismo Democrático: Estudio sobre las bases sociológicas de la constitución efectiva de Venezuela (Caracas: Empresa El Cojo, 1919) p. 1.
Incluso antes de la Guerra de Independencia española, el ejército peninsular no pasaba por su mejor momento; al inicio de la invasión napoleónica, después del heroico 2 de mayo español y hasta antes de la llegada de la ayuda inglesa, sorprende cómo la ofensiva española se compuso de vecinos, regidores y curas amontonados con un pueblo mal armado que tan bravíamente defendieron sus villas y conventos. Pedro Aguado Bleye, Manual de Historia de España (3 vols., Madrid, 1963) III, p. 484-85.
Y el estado después de la guerra no fue mejor. Luego del aclamado regreso de Fernando VII, El Deseado, el intendente de Hacienda José López-Juana Pinilla le hizo una exposición al Rey sobre el estado del Reino; díjole que: «el ejército [estaba] sin pagar y enteramente desprovisto; la marina, arruinada; los magistrados y empleados públicos, desatendidos; las viudas y pupilos, envueltos en una miseria desconocida; los establecimientos públicos, cerrados; los caminos y puentes, destrozados; los pueblos, en gran parte, desiertos y arruinados; la agricultura y la ganadería, menoscabadas; la deuda de la nación, aumentada sin guarismo, y los ánimos de los españoles, encontrados» citado por Pedro Voltes en Fernando VII: vida y reinado (Barcelona, 1985) pp. 116-17.
La «alianza» que España y Inglaterra entablaron en aquel momento fue curiosa. El 14 de enero de 1809, iniciada la invasión napoleónica, las Majestades de España y Gran Bretaña firmaron un acuerdo «definitivo de paz, amistad y alianza» donde se estipuló, entre otras cosas, un «perpetuo olvido» de las extensas matazones entre ingleses y españoles, que los barcos de ambas naciones que hubiesen sido aprehendidos en mares de la otra fuesen reintegrados, que la Majestad Británica reconociera a Fernando VII como único Rey de España y de las Indias y, más importante «en hacer causa común contra la Francia, y no hacer la paz con dicha potencia sino de acuerdo y común consentimiento». Alejandro del Cantillo (Ed.), Tratados, convenios y declaraciones de paz y de comercio que han hecho con las potencias extranjeras los monarcas de la casa de Borbón. (Madrid, 1843) p. 719.
Producto del mismo acuerdo, el 22 de abril de 1809 desembarcó en Lisboa Arthur Wellesey, futuro Duque de Wellington —título con el que ha pasado a la historia— para auxiliar a España y Portugal en su lucha contra Francia. A Wellington se le deben varias y decisivas victorias, además de ser conocido por actuar rápida, eficaz, y planificadamente; y no fueron pocas las veces en que la estrategia y la cabeza fría de Wellington chocaron contra el ánimo precipitado de las guerrillas españolas. Modesto LaFuente y Juan Valera, Historia General de España (25 vols. Barcelona 1887-90), tomo XVII, pp. 114-17.
Como sea, a Wellington se le atribuyen importantes conquistas como la de Bajadoz (abril de 1812), Salamanca (junio del mismo año), Toro y Burgos (mayo de 1813) y hasta la inmortal batalla de Vitoria que desencadenó la retirada de los franceses. Gérard Dufour, La Guerra de la Independencia (Madrid, 1989) p. 104. Wellington perseguiría a Napoleón hasta el final, primero en Vitoria, luego en Toulouse y por último en Waterloo; no descansó hasta ver rendido al Empereur des Français.
Librada España de los franceses, celebran el 5 de julio de 1814 en Madrid otro tratado de paz, amistad y alianza con el propósito de «perpetuar la alianza é íntima unión, que han sido los medios principales con que se ha reestablecido la balanza del poder de la Europa y se ha restituido la paz al mundo». De dicho tratado hablaremos más adelante, pero por ahora adelantaremos —a fin de no dejar vacío el argumento— que se trataba de un pacto netamente comercial. Pero a lo que vamos con estas consideraciones es que Bolívar veía que la rutina samaritana de Inglaterra, encarnada en la figura del Duque de Wellington y las tropas anglo-lusitanas, produjo en España y Europa esa preponderancia que hoy podríamos llamar influencia política de Inglaterra sobre éstas. De hecho, el historiador Lawrence James dijo que en los primeros tres cuartos del siglo XIX Gran Bretaña había surgido como un coloso y que dominaba «todo campo de actividad humana y su pueblo parecía estar poseído por una energía casi diabólica». The Rise and the Fall of the British Empire , (New York: St. Martins Press, 1996) p. 169.
Ciertamente, el genio del hombre inglés, no muy sujeto a la moral cristiana, hábil para el negocio e imitando la marina romana que antes lo conquistó, encontró en el tiempo del avance industrial del siglo XIX el momento indicado para engrandecer su nación y dominar los mares. No por nada la canción emblemática de Gran Bretaña dice: Rule Brirannia!, Britannia rules the waves!. Britannia, luego de las guerras napoléonicas y destruida la única nación que podía hacerle frente —la Francia— vio terreno fértil en todo el globo terráqueo para plantar su bandera y ejercer su preponderancia en los asuntos del mundo. Por lo que coincide el fin de las guerras napoleónicas con el inicio del engrandecimiento inglés.
Aquí está la observación curiosa sobre la interés de Inglaterra en el comercio con América. Claro está que quienes quieran ver en esa afirmación una adulación pedante hacia el Reino Unido por parte del Libertador se equivocan totalmente. Cuando él dice que la «Nación poderosa» ha defendido la Libertad de Europa, no es por un gesto de solidaridad, ni mucho menos, es solamente por «despecho a la fortuna», es decir, por un ansia de regresar al estado del comercio anterior a las Guerras Napoleónicas; siendo cierto que a la Gran Bretaña le era de mayor provecho la existencia de varias naciones europeas con las cuales comerciar que un solo imperio que pondría en jaque su poderío comercial. Lo mismo sucedía con América, reservado por tanto tiempo el comercio, Gran Bretaña vio una oportunidad para entablarlo con las nuevas naciones y afianzar su poder económico. Por estas razones Bolívar afirma que Gran Bretaña defendería la causa independentista en América, no por una misión providencial jacobina de libertar pueblos que empezaban a caminar, sino por sus intereses económicos.
El mismo Bolívar clamaba en el Manifiesto a las naciones del mundo sobre la Guerra a Muerte —escrito originalmente en septiembre de 1813 y reescrito el 24 de febrero de 1814— lo siguiente: «La agricultura, la industria y el movimiento del comercio no se percibían mas, en un país muerto bajo la esclavitud. Las máquinas eran inutilizadas, los almacenes pillados: quedaban solo vestigios de la antigua grandeza. En las ciudades casi desiertas, no se veían mas que algunos brutos pastando: no se oía sino el llanto de las esposas, los insultos brutales del soldado, los lamentos desmayados de la mujer, del niño, del anciano, que espiran de la hambre». Simón Bolívar, Obras Completas, (6 vols., México D.F, 1979) VI, 161.
Por otro lado, la Junta y Tribunal de Secuestro de propiedades de Caracas, decía en su plan de gobierno y operaciones que la agricultura había sido «arruinada de estas provincias» y que «á pasos agigantados camina hacia su destrucción total». José Félix Blanco y Ramón Azpurúa, eds., Documentos para la historia de la vida pública del Libertador (14 vols., Caracas: Imprenta de La Opinión Nacional, 1875–78) V, 290.
E incluso funcionarios de la Regencia Española como el comisionado Pedro de Urquinaona decía, en febrero de 1813, lo siguiente sobre Monteverde y su funesto gobierno: «dejaron aniquilada la agricultura, paralizado el comercio, exhaustas las tesorerías, agotados los recursos, atacadas las propiedades». Pedro de Urquinaona y Pardo, Memorias de Urquinaona (Madrid: Editorial América, 1917) p. 324.
Aquí Bolívar afirma su pensamiento anti-imperialista; por un lado dice que España estaba «ostinada en nuestro exterminio» y la Inglaterra «adicta a nuestra Independencia, e interesada en nuestra prosperidad» y que por ello no vendría a hacer otra cosa más que codiciar nuestra riqueza. En consecuencia, los intereses de los europeos eran diametralmente opuestos a los de América. Uno interesado en someter por la fuerza y otro por el comercio. «¿Dónde queda, entonces, la libertad de América?» Debió preguntarse Bolívar.
Y aquí curiosamente Bolívar hace una suerte de predicción. A efectos del tratado firmado en Londres en 1809 donde las coronas Española y Británica formaban una alianza, al terminar la guerra, se firmó otro el 5 de julio de 1814 donde ambas partes se comprometieron a «formalizar un arreglo definitivo de comercio». Y aquí vale preguntarnos ¿Quién absorbería a quien? ¿La España acabada por la guerra? ¿o la Inglaterra Señora de los mares? La respuesta es redundante.
Históricamente no es comprobable si Napoleón al garantizar el dominio sobre España intentaría dominar la América Española. Sin embargo, algunos datos permiten hacer conjeturas al respecto: luego de Waterloo, a Napoleón se le ofrecerían varios sitios para migrar luego de la derrota, entre ellos, Estados Unidos. Y a pesar de que rechazó la oferta de mudarse a aquel país porque pensó que podría ser atacado por los ingleses, en algún momento dijo que América podría ser «más apropiada» para migrar y que allí podría «vivir con dignidad». Louis Antoine Fauvelet de Bourrienne, Memoir of Napoleon Bonaparte (4 vols. Paris and Boston: Napoleon Society, 1895) IV, pp. 244 y 253.
Bolívar, sabio entendedor y observador, había comprendido la realidad del asunto. En términos llanos Bolívar dijo aquí lo siguiente: España no quería cederle el comercio de América a Inglaterra. E Inglaterra, a pesar de los tratados de amistad firmados con Fernando VII, rápidamente entendió que ella no lograría su cometido de entablar el comercio con la América si España seguía dominándola. El choque de estos grandes intereses, el de Inglaterra ansiando tener sus barcos en nuestros puertos y el de España rehusándose a esto, produciría un efecto: el apoyo británico a la independencia.
Véanse: José Manuel Restrepo, Historia de la revolución de la República de Colombia en la América Meridional (4 vols., Besanzón: Imprenta de José Jacquin, 1858), II, p. 431. Y J. F. Blanco y Ramón Azpurúa, eds., Documentos para la historia de la vida pública del Libertador (14 vols., Caracas: Imprenta de La Opinión Nacional, 1875–78), VII, p. 190-91.
J. C. Hansard, The Parlamentary History of England: from the earliest period to the year 1803 (36 vols., London, 1806-20), XXXVI, p. 1073-74.
Lawrence James, The Rise and the Fall, p. 153-54.
Simón Bolívar, Obras completas, I, p. 89.
Ibid., p. 96.
De hecho, en una carta al comerciante Maxwell Hyslop, Bolívar calculaba que el comercio británico había perdido en Venezuela siete millones de pesos anuales. Ibid., p. 137.
Tal y como dice Caracciolo Parra-Pérez: «Hasta nueva orden, nuestra causa es solidaria de la de la Península: ¡fuera el francés! Inglaterra, que garantiza a la aliada España la integridad de sus territorios, tiene, sin embargo, el mayor interés en comerciar con los hispanoamericanos y en preservarlos de la influencia francesa y por tal motivo adopta una política benévola y tolerante: así, los caraqueños vuelven los ojos a Londres e impetran su ayuda». Historia de la primera República de Venezuela (Caracas, 2011) p. 235.
Ibid., pp 239-40.
Ibid., pp 250-53.
Citado por José Gil Fortoul en Historia Constitucional de Venezuela (4 vols., México D.F: Editorial Cumbre, 1979) II, p. 83.
Palacio Fajardo al Presidente del Estado de Cartagena, Londres 7 de Febrero de 1815, Daniel Florencio O’Leary, Memorias del General O’Leary (32 vols., Caracas: Imprenta de la Gaceta Oficial, 1879-88), IX, pp. 405-406.
Andrés Bello, Obras Completas de Andrés Bello ( 26 vols., Caracas: Talleres de Cromotip, 1981-84) XI, p. 94.
Simón Bolívar, Obras Completas, I, p. 182
Ibid., I, p. 168-69.
Ibid., I, p. 187.
Alejandro del Cantillo, Tratados, p. 733.
Augusto Mijares, El Libertador (Caracas, 1987) p. 280.